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Cinco preguntas - Cómo aprenden los niños nuestras reglas (P.II)


Continuamos con la segunda parte de este capítulo, ¡quédate a leernos!


Capítulo 7 – Cómo aprenden nuestros los niños nuestras reglas (Parte 2)


«Los niños, observan, aprenden y actúan en consecuencia»


En la parte 1 de este capítulo decíamos que cuando nuestras palabras no se corresponden con los actos, los niños aprenden a ignorarlas y basan sus creencias en lo que realmente ocurre. Es más, las palabras que no van acompañadas de hechos hacen que, inevitablemente, los padres pierdan credibilidad, y eso fomenta lo que se considera «sordera infantil a las normas». Ellos aprenden a «oír», pero no a «escuchar». Saben que pueden hacerlo, pues realmente no pasa nada. Pueden ignorar y desobedecer, ya que las palabras dicen lo que tienen que hacer, pero los hechos confirman que no tienen por qué hacerlo.


Esta forma de actuar de los padres se da a lo largo de los años. Los niños poseen una larga experiencia aprendiendo y, por tanto, saben que no hace falta hacer lo que los padres digan, que sus palabras no son importantes. Los padres, después de años haciendo lo mismo (insistiendo todas las noches para que se lave los dientes, sermoneando para que coma la fruta que siempre se niega a tomar, pidiendo una vez más que no pise el sofá con los zapatos de calle, enfadándose por su insistencia en pedir chuches a la salida de la escuela infantil...), todavía se sorprenden de por qué el niño no modifica su forma de actuar, por qué aparentemente no aprende lo que se le quiere enseñar. ¿No es posible que la forma de enseñárselo no sea la correcta?


Incluso sería conveniente plantearse que esta forma de actuar no sólo no va a acabar con la mala conducta, sino que la está fomentando:


• En el caso de que el objetivo o finalidad sea la auto-insuficiencia, cuando reconocemos sus supuestas limitaciones o hacemos por él lo que el debería hacer por sí mismo, ¿no estamos reafirmando su creencia en su propia incapacidad?

• Porque, si el hijo pedía atención con esa conducta inadecuada, ¿no se le está dando esa atención con peticiones, sermones, ruegos, e incluso enfados?

• Si su objetivo era el poder, luchar con sus padres y salirse con la suya, y los padres reaccionan hablando, enfadándose y entablando una discusión, ¿no están potenciando así la finalidad del niño?

• Pero, ¿y si esa lucha de poder, en la que el niño se siente vencido, le lleva a desear la revancha y quiere hacer daño emocionalmente a sus progenitores? ¿No lo está consiguiendo también cuando, con esa actitud de repetición y de insistencia, los padres terminan normalmente enfadados, gritando o deprimidos, porque no consiguen nada?


La mayoría de las personas ni siquiera son conscientes de lo qué está ocurriendo. Se continúa enseñando con palabras, mientras que los hijos aprenden de los actos. La solución es que las palabras sean claras y los mensajes de actuación, también. Sin repetir, sin sermonear: con especificar lo que se espera de ellos dos veces es más que suficiente. Si los padres persisten en su actitud de recordar, sermonear o rogar, no acaban con las conductas inadecuadas de sus hijos; muy al contrario, las están fortaleciendo. La solución está en dejar de reaccionar y actuar.


Ejemplo de reacción:


«Se saca a Alberto del baño (tiene 18 meses), se le pone sobre la cama para secarle, darle su crema y vestirle. Como casi todos los días, empieza a moverse para todos los lados y prácticamente resulta imposible hacer lo que se tiene que hacer. Se escapa y empieza a corretear, se ríe, quiere jugar con su madre, y ella accede: le hace cosquillas, se ríen... Pasado un rato, empieza a quedarse frío, su hora de dormir se acerca y, antes, tiene que cenar. La madre le dice que el juego ha terminado y que ahora tiene que darle cremita y ponerle el pijama, pero él hace caso omiso de sus palabras y sigue con su actitud de juego. La madre se pone seria, le explica que ya no pueden seguir jugando, pero él sigue. La madre le repite que tiene que vestirse, y como el niño continúa igual, empieza el sermón: «Alberto, todos los días lo mismo. Estoy cansada, para ya. Tienes que vestirte, ven aquí, no hagas que me enfade...».


Ese sermón lo ha oído el niño ya muchas veces. Mamá lo dice casi todos los días, es su reacción típica, es una conducta predecible y que el niño espera.


Hay que detenerse a observar para así poder analizar la conducta de los niños. Este análisis reflexivo nos llevará a saber qué persigue el niño con su conducta: atención, poder, revancha o auto-insuficiencia. Una vez identificado el objetivo, y partiendo de una actitud de serenidad y respeto, se está en condiciones de elegir la forma de actuación concreta. Entonces se podrá hablar y exponer lo que se quiere que haga el niño, lo que se espera de él, y refrendarlo con hechos, si es necesario.

Una vez analizada la conducta anterior, se podría llegar a la conclusión de que, cuando el niño se salta la orden de su madre, está buscando atención, quiere seguir jugando. La actitud de la madre debería ser, por lo tanto, retirar la atención y proceder a vestir al niño.


Lo correcto sería algo como:


«Alberto, ya hemos terminado de jugar. Voy a darte la crema y a vestirte, para luego cenar».


A partir de aquí se retira la atención, se deja de hablar y se procede a vestirle: no se reacciona, se actúa. El adulto refrenda sus palabras con hechos. Si la conducta del niño persiste, se podría plantear añadir unas opciones limitadas muy breves:


«Tienes dos opciones: colaborar o quedarte en la trona pensando en todo esto, mientras mamá te prepara la cena» (normalmente juega en esos momentos).


Muchos padres pueden sentirse impotentes porque consideran que no sermonear, no enfadarse, estar tranquilos, exponer las reglas con claridad, es decir, aplicar todo esto, es imposible. Si la meta fuera la perfección podrían tener razón, nadie puede exigir a unos padres el control permanente de sus emociones, los padres son padres, pero ante todo son personas, con sus días buenos y malos, con sus momentos personales mejores y peores... Evidentemente, se debe intentar, en la medida de lo posible, no trasladar los problemas propios a los niños, pero esto no se consigue siempre al cien por cien. El que en alguna ocasión se eleve el tono o se recurra a la repetición o al sermón, únicamente es la prueba de que se es humano, lo cual es incompatible con la perfección.


Pero dentro de una educación adecuada existe esta variable de imperfección. Es más, cuando en algún momento los padres pierden los papeles, ésta es una buena ocasión para mostrar a los hijos que también se equivocan, y por consiguiente, es un buen momento para pedir disculpas, hecho que hará que el niño observe y aprenda qué es lo que debe hacer cuando él mismo se equivoque (una de las formas más importantes de aprendizaje es la imitación).


Algo similar hay que hacer cuando hemos elegido unos hechos o consecuencias excesivos o inadecuados (no vamos a ir al parque durante el próximo mes). Dado que esto es esporádico, no sucede nada negativo si explicamos al niño que nos hemos equivocado y/o hemos cambiado de opinión, sustituyendo las consecuencias por otras más justas o adecuadas.


PERO NO DEBEMOS OLVIDAR QUE: Si la decisión del niño es escuchar activamente las palabras y colaborar positivamente en la norma o regla que le estamos pidiendo que cumpla, dichas palabras deben ir acompañadas también de hechos, elogiando su decisión, a través de besos o caricias, llamando a los abuelos para contarles lo bien que ha actuado, etcétera.


Los hechos o consecuencias positivas no deben olvidarse o posponerse, el niño debe creer a «pies juntillas» que «mis padres hacen lo que dicen». Las promesas y las palabras son sagradas.


El reforzador o estimulador más potente que existe para los niños es la atención. Prestar atención adecuada a nuestros hijos puede hacer «milagros».


Los premios más potentes no son los materiales (que podemos utilizar, pero sin abusar). La recompensa más importante y efectiva es el reconocimiento, una sonrisa, jugar con ellos, que nos ayuden a preparar la ensalada, o hacer rosquillas juntos, es decir, nuestro tiempo.


Se habla del «tiempo de calidad». Si dedicas parte de tu tiempo a tus hijos, les estás diciendo que son muy importantes para ti y se lo estás demostrando con «hechos». A los hijos no sólo hay que decirles que los queremos con palabras sino también con hechos, una de las cosas más valiosas que podemos dar a nuestros hijos es nuestro tiempo: jugar con ellos, escucharles, leerles un cuento...


Pero, no podemos caer en la trampa de la atención exclusiva siempre que lo pidan y con todo nuestro tiempo libre. Habrá ocasiones en las que el niño reclame tiempo y se le tenga que decir «NO» por determinadas circunstancias. Un niño debe saber que es muy importante para sus padres, pero que no es «el ombligo del mundo».


Seguir este modelo de actuación, estimulando las conductas positivas, fomentará la probabilidad de que dichas conductas positivas se repitan, aumentando en frecuencia.


Al prestar atención a conductas positivas se favorece su posterior aparición. No hay que olvidar que cuando un niño se comporta positivamente no puede, a su vez, hacerlo de manera negativa con lo cual, indirectamente, disminuye la aparición de conductas no deseadas. Por último, debemos indicar que esta forma de actuación fomenta la comunicación y la buena relación entre padres e hijos.





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