Síndrome del Emperador: Cuando el ansia de poder y control está por encima de la familia
Cuando el ansia de poder y control están por encima de la familia, aparece la violencia filio-parental o Síndrome del Emperador. Este tipo de violencia se incluye dentro del "ámbito de la violencia familiar".
Este es un fenómeno en aumento y pese a la preocupación social que ha generado, siguen existiendo casos que no se denuncian... es más, ni tan siquiera se pide ayuda por miedo, ignorancia, vergüenza, dejadez, por lástima, por pensar "a lo mejor no vuelve a suceder"...
Se considera violencia filio-parental a un tipo de violencia donde el hijo o la hija actúa intencional y conscientemente contra sus progenitores o quienes ocupan su lugar. Con deseo de causarles daño, perjuicio y/o sufrimiento, de forma reiterada a lo largo del tiempo, mediante la violencia física (agresiones, golpes, empujones, arrojar objetos), psiólogica (amenazas, insultos, humillaciones, mentiras, chantajes, manipulaciones, rechazo o retirada de afecto, expresiones de desprecio, culpabilización, ausencia del hogar sin avisar, ...) y/o económica (actos de robo, venta de objetos personales, producción de deuas, uso de tarjetas bancarias sin permiso, ...), con el fin de obetener poder, control y dominio sobre sus víctimas para conseguir lo que desea.
La violencia filio-parental, cuando el hijo o la hija son menores de edad, está presente en todas clases sociales. Aparece en todas las estructuras familiares monoparentales, reconstruidas, de adopción, acogimiento o con un único núcleo familiar. Aunque suele haber mas casos en familiares monoparentales o con progenitores mayores.
Además, la tendencia mayoritaria es que los jóvenes agredan a madres y abuelas antes que a los padres. Piensan que ellas son más débiles y les pueden causar mayor daño con menor dificultad.
No existe un perfil concreto de hijos e hijas maltratadores, encontramos una alta heterogeneidad. La agresión proviene tanto de chicas como de chicos, comprendiendo un amplio baremo de edad. Pero existen variables psicológicas y pedagógicas que nos dan pistas para estar alerta y pedir ayuda como:
problemas de comportamiento desde muy pequeño,
dificultad para asumir normas,
baja tolerancia a la frustración,
distancia interpersonal,
no demora del refuerzo,
ausencia de empatia,
impulsividad,
ira,
no asumen su responsabilidad,
justifican y/o minimizan el maltrato,
apatía,
aislamiento social,
baja autoestima,
irritabilidad,
egocentrismo y prepotencia.
El hijo o hija agresor parece insensible ante el sufrimiento parental, muestra nula empatía hacia ellos o incapacidad para admitir su responsabilidad. Por tanto, son niños y adolescentes con una inteligencia emocional poco desarrollada y con dificultades en el razonamiento moral y en la solución de problemas sin violencia.
La ausencia de normas, horarios y deberes del niño o adolescente, o las familias sobreprotectoras son propensas a generar el Síndrome del Emperador, en el que hijo tiene a sus padres como sirvientes.
Sin embargo, el fin de este artículo no es buscar culpables o intentar crear un filtro para saber si estoy ante un caso o no de violencia filio-parental; sino hacernos reflexionar sobre la negación que vuelve aparecer cuando estamos ante distintos tipo de violencia.
En estos casos, los padres son capaces de soportar muy graves agresiones antes de tomar decisiones o buscar soluciones al problema. Una de las razones parece ser que es debido al rol de protección paterno instaurado culturalmente, los padres aguantan sin delatar a sus hijos pero también cuentan otros motivos como son el mantenimiento de una imagen de armonía familiar, así como de conservación de su propia imagen. Esto es debido a que socialmente se instaura la creencia de que serían condenados como malos padres, que han fracasado en la educación de sus hijos.
Dicha negación del problema se lleva a cabo a través del silencio, de forma tal que la familia evita el enfrentamiento o discusión abierta sobre la conducta violenta, intentando disminuir estos comportamientos violentos, rechazando medidas correctivas como castigos, o con el temor en cuanto a pedir ayuda externa. Y con estas actitudes el efecto es el contrario, ya que incrementará el problema.
Por eso tenemos que ser valientes, y una persona valiente es aquella que actúa con valor y determinación ante situaciones arriesgadas o difíciles. Por eso...
Sé valiente para mirar...
Sé valiente para darte cuenta...
Sé valiente para pedir ayuda.
Alba Psicólogos
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