¡Te atreves a ser un tonto!
Adaptado de Fuente: “La invitación” Oriah Mountain.
Háblame de las veces en que hiciste el tonto, arriesgándolo todo. Puedo escucharte sin juzgar, porque yo también he hecho el tonto.
Confié en una persona que parecía corresponder a todo lo que yo necesitaba en ese momento, me escuchaba y acompañaba, me hacía reír, en una época en la que necesitaba reírme desesperadamente. Todas mis precauciones habituales sobre la medida en que abriría mi corazón a los demás se evaporaron. No me guardé nada. Lo arriesgué todo y compartí mis sentimientos profundamente.
Y unos meses más tarde me quedé con las manos vacías, con un dolor en el pecho como si tuviera una astilla de hielo clavada, mi orgullo hecho añicos. Expuso mis emociones al mundo y contó mi mundo interior… mirando hacia otro lado, ignorándome, regalándome su indiferencia… yo era la tonta. Fui lo bastante estúpida para darle mi tiempo, para hablar de mis ilusiones y mis miedos. Pero ahí estaba yo, todavía respirando aunque me sintiera avergonzada y vulnerable.
Cuando me sentí engañada, necesitaba ojos en los que mirarme, el abandono abría sus grandes fauces ante mí. No sabía si soportaría la soledad, si no me caería y me daría de bruces contra el suelo.
Pero el anhelo de unos ojos donde mirar es mayor que el miedo, el deseo de dar , menos cruel que el sufrimiento.
Yo era la tonta.
Y lo volvería a ser otra vez.
No cambiaría ni un solo momento de intimidad por la seguridad de la soledad o para proteger mi orgullo. Aprendí que ser la tonta no me mataría. ¿Por qué, entonces, nos da tanto miedo parecer tontos?
Mi deseo de hacer simplemente lo que soy capaz de hacer con lo que está frente a mí, es, por el momento, mayor que mi miedo de equivocarme, de parecer una tonta.
Cada vez que sigo mis deseos más hondos, el miedo está ahí retorciéndose las manos, previniéndome con sus letanías de “¿y qué pasará si…?" Pero no pretendo no estar asustada. Simplemente me muevo en la dirección que he elegido, ocupándome de hacer las cosas que sé que me ayudan a mantener el miedo a un nivel que me permita sentirlo pero, aun así, continuar avanzando, seguir creciendo.
El deseo busca empujar el límite de los lugares donde hemos dibujado una línea en la arena que dice: “De aquí no pasaré. No correré ese riesgo”. Y lo que es fácil para una persona puede ser bastante difícil para otra. Donde sea que hayamos dibujado la línea, el riesgo que corremos si la cruzamos es muy real. Nos arriesgamos a fracasar en la satisfacción de nuestros deseos, poniendo en peligro lo que más anhelamos.
Buscando al otro con quien podamos compartir nuestra vida, nos sumergimos en relaciones que nos enfrentan cara a cara con una melancolía que nunca conocimos estando solos. El miedo forma parte del hecho de estar vivo. Para ir en pos de nuestro deseo tenemos que permitirnos ser el tonto, el que no sabe, el que empieza de cero una y otra vez.
¡Te atreves a ser un tonto!
Alba Psicólogos
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