¿Son realmente necesarios los límites?
Bla, bla, bla. Todo el mundo habla ahora de lo mismo: “los niños necesitan límites”, “se dice que si no les ponemos límites pueden llegar a ser unos adultos malcriados, infelices, egoístas, irresponsables, agresivos, déspotas….”, “unos inadaptados”. Nos bombardean con mensajes de ese tipo en telediarios, webs, redes sociales, libros de educación, revistas…
Ahora bien, momento reflexión… ¿Cómo funcionaría tu empresa si no tuviera ningún tipo de reglas? Lo primero, seguro que por fin podrías deshacerte de tu poco melódico despertador, llegando al curro a la hora que te viniera en gana; terminando tus labores cuando se te haga pesado o surja un plan mejor… y ¡por supuesto! cogiéndote días de vacaciones sin límites, para acabar el día menos pensado, dando sorbos a un Daiquiri de fresa en medio de una playa paradisíaca…
Sigamos imaginando. ¿Cómo sería el día a día de una escuela, sin horarios establecidos, sin hora fija de llegada de los alumnos, dejando que la espontaneidad de sus integrantes fuera lo único que estableciera el orden del día?
Un verdadero descontrol, un lugar liderado por el caos, el desorden y hasta la injusticia que se daría en estas situaciones. ¿Cómo podemos pensar que los niños podrían desarrollarse, crecer, madurar, hacerse adultos y vivir mejor y más felices sin esas pautas, normas, reglas, límites, hábitos, o como queramos llamarlo?
A pesar de considerarnos “adultos responsables” por la supuesta mochila de experiencias cargada con los años, a base de múltiples situaciones vividas… casi todos los días nos asaltan algunas dudas. A veces nos cuesta tomar decisiones. ¿Cómo podemos creer que los niños pueden ser capaces de decidir qué hacer en cada momento y que están mejor descubriendo el mundo por sí mismos? ¡Protesto señoría! Ayudémosles a poner un poco de orden en su mundo, porque eso les da seguridad.
Somos nosotros, sus padres, los que tenemos que enseñarles lo que es correcto e incorrecto, lo que se puede hacer y lo que no toleramos desde nuestro punto de vista (que puede ser diferente al de otros adultos); sea como sea, cuando los más peques dejen de serlo, a crezcan ya formarán su propio criterio personal, el cual podrá corresponderse con el nuestro o no.
Rutinas. Sabemos que como adulto sólo buscas escapar de ella, pero ellos necesitan hábitos. Tenemos que acostarlos a una hora para que descansen los suficiente pudiendo disfrutar del día siguiente; debemos alimentarlos correctamente con una dieta equilibrada que decidimos nosotros, no ellos; las calles se cruzan de nuestra mano; no saltamos en los colchones, puesto que son para dormir y se rompen; no se pinta en cualquier pared… ahí pasamos el papel protagonista a la negociación de alternativas (pizarras, papel…).
Vuelta a la reflexión. Cierra los ojos y piensa ahora ¿qué pasaría si, se acostasen cuando ellos decidieran; comieran lo que les pareciera; cruzasen la calle solos…?
Seguro que a estas alturas lo tienes más claro: las normas y las reglas forman parte de nosotros, resultan inevitables y necesarias para grandes y chicos, ricos y pobres, mujeres y hombres… es el orden natural y social de la vida.
Sin embargo, no se trata de ser una copia exacta de la Señorita Rottenmeier . Un menú del día para cada comida cuyo primer plato, segundo y postre sean órdenes, órdenes y más órdenes tampoco resulta saludable. Por eso, cuando decimos que las órdenes resultan inevitables, enfatizamos en que sean sólo las necesarias e imprescindibles (ni una más ni una menos).
Y para terminar, solo un “pero” más…., una máxima: “Siempre desde el amor…. Amor sin límites y límites con amor”.
Alba Psicólogos
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