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El juego como un todo


¡Qué tiempos…! ¡Qué bien lo pasábamos cuando éramos pequeños! Esa es la frase que todos los adultos tenemos tatuada en nuestra memoria. Sólo recordamos que lo pasábamos en grande, solos o acompañados, pero siempre jugando. Lo que no recordamos es cuánto nos ayudó el juego a ser quienes ahora somos... y es que el juego no es sólo diversión. Para el niño es mucho más, el juego envuelve su vida y forma parte de sus intereses. El juego infantil se convierte así en un medio de aprendizaje espontáneo y de ejercitación de hábitos intelectuales, físicos, sociales y morales.



Pero… ¿qué es el juego?


¿Os habéis parado a pensarlo? El juego es una actividad espontánea que exige el cumplimiento de una o varias reglas, libremente elegidas, o vencer deliberadamente un obstáculo.


Se puede considerar al juego como la actividad más importante de la infancia, hasta el punto de que hay autores que definen al niño como “ser que juega”. ¿A qué no te imaginabas que fuera tan importante? ¡Pues en efecto! A través del juego, el niño desarrolla una serie de hábitos intelectuales, físicos, morales, sociales, etc. que tendrán trascendencia en su vida futura.


Definimos, entonces, el juego como…


  1. Una actividad voluntaria y placentera que absorbe totalmente al niño

  2. Con una finalidad intrínseca

  3. Y que supone para el pequeño una forma de analizar sus propias posibilidades, la realidad que le rodea, las relaciones sociales y su dinámica…sirviéndole de medio para progresar.



El juego como actividad imprescindible en el niño


A través del juego, los peques de la casa:


  • Descubren y hacen suyo el entorno que le rodea. Hablamos de juegos como el escondite y sus variantes. El niño descubre progresivamente el espacio y las posibilidades del mismo. Sabe dónde puede ir, por dónde, cuánto tiempo tardará, etcétera. Poco a poco el niño interioriza ese entorno de juego, lo hace suyo, y ampliará este conocimiento a otras situaciones de la vida.


  • Imitan e imaginan. ¿Quién no ha jugado a piratas? La historia surgía con el juego. Se improvisaba una situación, alguien sugería una situación: “Vale, ¿qué íbamos a enterrar, un tesoro?”, el grupo lo aceptaba y matizaba: “¡Vale! Enterremos cada uno algo y busquemos los tesoros”. Al cabo de un rato todos regresábamos de nuestras casas con aquello que íbamos a enterrar.


Al día siguiente volvíamos a jugar a piratas, pero ese día no enterrábamos nada, descubríamos una isla, luchábamos, o nuestro barco se hundía. Infinidad de situaciones surgían de una misma propuesta inicial. A través del juego el niño de hoy, como nosotros ayer, imita situaciones, imagina posibilidades y hace que el mundo irreal sea real por un tiempo limitado.


  • Se relacionan, aceptan las reglas y a los demás. La mayor parte de los juegos son colectivos. Esto conlleva la necesidad de llegar a acuerdos con los otros, ¿a qué se va a jugar?, tras algunas discusiones el grupo puede decidir que jugará a “Policías y ladrones”; después hay que saber cómo vamos a jugar: el espacio permitido, la posibilidad o no de salvar a los jugadores capturados, etcétera. ¡Decidido! Ahora ya podemos jugar tranquilos.


Pero esos momentos de relax, duran más bien poquito. Durante el juego pueden surgir situaciones conflictivas (“¡Te ha tocado!”, “¡Tocar no es atrapar!”) que necesitan que se ajusten reglas (por ejemplo, se considera capturado un jugador cuando le han tocado, aunque no le agarren).


También, durante el juego pueden existir personas que traten de saltarse alguna de las reglas en su propio beneficio. El grupo será el encargado de resolver estas y otras situaciones proponiendo soluciones, impartiendo justicia, y esto lo hará por consenso colectivo, ya que de lo contrario el juego puede finalizar.


A veces, el niño que no consigue hacer prevalecer su opinión sobre la del grupo amenazará con dejar de jugar, puede que incluso lo haga, pero con el tiempo esta situación tiende a desaparecer, al fin y al cabo ¿qué otra cosa puede hacer? Así, el pequeño aprende, poco a poco, a aceptar las reglas del juego, las soluciones impuestas por el grupo y a sus propios compañeros de juego. Jugar inicia a los niños en la aceptación de reglas comunes compartidas, favoreciendo así su integración en el los grupos sociales en los que se inserta.


  • Desarrollan habilidades y destrezas motrices. ¿Qué haces en modo ameba, papá? ¡Qué aburrido eres! Durante los juegos el niño se vuelve un torbellino en potencia: corre, salta, imita gestos, lanza y atrapa objetos… desarrolla su sentido rítmico, etc. Por otro lado, las situaciones de los juegos se repiten una y otra vez, por lo que no se cansa de jugar a lo mismo, con lo que suponen una buena forma de entrenamiento y desarrollo de estas habilidades.


  • Se conocen a sí mismos y a los demás. Algunos juegos implican un análisis de la situación en función de uno mismo y del otro. Pensemos, por ejemplo, en “El pañuelo”: la madre ha dicho un número y corren dos jugadores, uno de cada equipo. Cada uno de ellos va analizando la situación y deciden qué hacer cuando llegue al pañuelo sobre todo en función de a quién tiene en frente. Luis sabe que Pedro es mucho más rápido que él así que sus posibilidades de llevarse el pañuelo son muy pocas, puede intentar engañar a Pedro para que supere la línea o puede esperar a que Pedro coja el pañuelo para intentar tocarlo en ese preciso instante, después será demasiado tarde. Para hacer todo este razonamiento Luis ha jugado infinidad de veces con Pedro a una gran cantidad de juegos. Conoce sus posibilidades y sus limitaciones, las acepta durante el juego y se adapta a ellas tratando de sacar de su conocimiento el mayor partido posible. A su vez analiza las de los demás, se compara con ellos. Jugar implica aceptar retos, valorando las posibilidades de éxito y esto significa conocerse a uno mismo y a los compañeros.


  • Se comunican e incrementa su vocabulario. Durante los juegos el niño verbaliza situaciones, se expresa, se comunica. Además, existe un vocabulario y unas expresiones propias comunes a muchos juegos: “quedársela”, “llevarla” o “ligarla” (la persona que desempeña un rol distinto al de los demás), “perrito guardián” (vigilante próximo a los capturados), “casa” (lugar en el que se está a salvo), etcétera.


  • Desarrolla el pensamiento divergente. La mayor parte de los juegos se desarrollan en lo que se denomina entornos cambiantes, es decir, situaciones en las cuales se plantean una sucesión de problemas que el pequeño tiene que resolver en función de la información que recibe y de sus posibilidades de éxito.


Pensemos en un juego como “El rescate”, imaginemos una situación en la que hay tres personas capturadas y dos vigilantes. Un jugador valora si es el momento adecuado de intentar rescatar a los capturados. En ese momento la situación cambia, uno de los que se la quedan viene hacia él, ahora hay que escapar. La mente del jugador debe analizar el cómo, hacia dónde, etc. Durante el juego irán surgiendo, uno tras otro, diferentes problemas, la situación es distinta si en lugar de una te persiguen tres personas, que deben ser resueltos. Las respuestas dependerán de la experiencia previa, del éxito de esas respuestas en situaciones de juego similares.


Aun así, el jugador inventa una y otra vez, respuestas nuevas a nuevas situaciones, improvisa y evalúa el éxito o fracaso de sus decisiones. Desarrolla así la capacidad de tomar decisiones, a veces muy diferentes de las habituales, lo cual es fundamental para una transferencia a otras situaciones de la vida.


Alba Psicólogos

Avda. Príncipes de España, 41 (28823 - Coslada, Madrid)

hablamos@albapsicologos.com 91.672.56.82

Imágenes texto: https://pixabay.com/en

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